Sin permiso del tiempo (Parte I)

Arte, Cultura y Gastronomía

Autor: Roger Metri

Fotografía: Secretaría de Cultura


I. Apariencia.

Imaginemos un vaso de agua. Un simple y solitario vaso de agua frente a nosotros. Su reflejo infinito en el vidrio y toda su inmortalidad. Personal y nostálgica. Las aguas que han trascurrido cuando se le mira, dependiendo de la arista. Si como Miguel de Unamuno pensáramos que “Dios es el productor de la inmortalidad”, está el agua siendo observada como un producto de Dios o es tan sólo agua. Quién la observa, acaso un poeta. Esa sola agua llena de su transparencia y diafanidad en su contexto de vaso refleja un instante su estadio inmortal encarcelada en su cuerpo de cristal. En ese vaso se podría decir, el poeta ha puesto su atención y cree percibir qué es la materia y qué es lo que la contiene. Pero si como Locke nos ha dicho que no existe la realidad sino una percepción de ella, el poeta no puede asegurar lo que ve, sólo lo que percibe. Y piensa el poeta que ve la inmortalidad del agua por un atributo que Dios le ha dado a ese líquido, que por cierto, conforma la mayor parte de su cuerpo y la mayor parte del planeta, según la ciencia.  

El poeta sigue pensando, por pura conjetura, si ese vaso de agua es verdadero o un reflejo de sí mismo, de Dios, o si transita por un momento central de su inmortalidad. Por qué poner las esperanzas y las tribulaciones en un vaso de agua. Qué nos puede poner en el centro de esa inmortalidad, como el alma, si es en este tiempo o en otro, en esa línea de pensamiento que es el agua y el vaso del poeta que los mira. Llega entonces el momento en que Dios el productor de la inmortalidad enfrenta al poeta y al vaso de agua, con el fin que se de ese instante en el centro del tiempo que los une. No queremos asegurar que José Gorostiza estuvo predestinado a resolver la infinitud del tiempo del vaso de agua frente a él, de manera tan pedestre y fácil, pero no le quedaba otra opción que encarar la fachada del vaso y su contenido o tal vez el privilegio de su apariencia, y decidir por alargar, conscientemente el anhelo de resolver el misterio ante sus ojos. Mas en concreto está obligado, por su necesidad ontológica a la búsqueda de las respuestas, aún si no las halle. La apariencia es una facultad que se desarrolla sobre todo en los artistas y pensadores. Un poeta está obligado a esa búsqueda, aunque le corresponda a la ciencia las comprobaciones.  

Si uno ve el sol durante su trayecto en la bóveda celeste, podría  percibir que es el sol el que se desplaza de oriente a oeste, en un aparente movimiento de traslación y es el corazón de fuego del cielo el que se mueve. Ya la ciencia nos confirmó que era la tierra la que en su movimiento de rotación nos hace pensar y creer que el sol se desplaza. Así en la tarde vemos un sol que se pone y el poeta podría decir que es el alto corazón de la tarde. La ciencia nos dice que es sólo el sol que se pone. Pero nadie despoja al poeta de su logro. Gorostiza diría que desde su puesto de observación sólo percibe matices de la significación del vaso de agua.

La ciencia querrá hacernos creer que un simple vaso de agua está frente a un poeta. En esos matices habrá pasadizos secretos, canales, túneles entre cavernas, pasillos oscuros y luminosos, altas torres y galerías donde esconderse. No podríamos, porque el juego de espejos va a hostigarnos incasablemente en ese vaso de agua. Veremos nuestra conciencia líquida correr de una astilla a otra confirmando la inmortalidad y el tiempo infinito del pasado, el presente silencioso y su complejo de recuerdo o el futuro infinito que aún no llega. Ulises fue un aparente mendigo para recobrar su reino. Suplantó su identidad para recobrar su futuro que tras veinte años mantuvo errante. Pero era un rey y su espejo de pobre.

Un juego de espejos que le permite, en medio de su travesura, mirarse en sus dos extremos. Su pasado presente y futuro posible. Gorostiza es él y el agua. Es Dios y ellos dos. Es Dios produciendo esa inmortalidad que son el agua y su espejo el poeta. Pero no sabemos del todo. Sólo podemos imaginar que así es, y nos es válido pensarlo si queremos, como Platón pensó en todo lo que Sócrates dijo el último día de su vida antes de beber la cicuta y luego lo escribió por él. Tenemos derecho a creer o no creer, pero en ese juego de apariencias que hay en Muerte sin fin, lo haremos, que hace ochenta años José Gorostiza genialmente escribiera; la ciencia nos asegurará que hay un poeta observando un vaso de agua y nosotros pensamos que Dios los construye con palabras para darles esa inmortalidad del instante.  Ese instante que se vuelve infinito en el momento que traspasa su propia vida de instante y desafía cara a cara al agua y al poeta.


Roger Metri (1961) es un poeta, escritor y ensayista yucateco. Ha sido ganador de diversos premios nacionales de poesía así como Secretario de Cultura del Estado de Yucatán, así como ocupado diversos cargos en el sector público y privado.

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